En cada gran ciudad del mundo brilla alguna calle en especial, que muestra su idiosincrasia y a la que se asocia inmediatamente. Se podría decir sin temor a errar que esa arteria especial en Chicago es Michigan Avenue, una esplendorosa vía que recorre gran parte de la ciudad de norte a sur que, desde el puente de Michigan hasta el cruce con Oak St., en north side, se conoce como the Magnificent Mile.
Y el nombre no podría ser más apropiado. Su recorrido está jalonado por las tiendas, restaurantes y locales comerciales más exclusivos de la ciudad, decenas de escaparates que brillan de tal forma que parecen cargados de electricidad estática y que confieren a la calle una pulcritud propia de la era digital.
Pero semejante fulgor no lo es en detrimento de su variada humanidad. El continuo ir y venir de gente de la más variada condición es un espectáculo en sí mismo: señoras de color elegantes; trompetistas, saxofonistas y clarinetistas blancos, negros y latinos, gordos y un poco menos gordos; hombres-estatua asiáticos; ejecutivos en mangas de camisa; raperos árabes, quizás seguidores de Farrakhan; limpiadores criollos con un café caliente de Starbucks; ancianas de porte aristocrático con bolsas de Victoria’s Secret… Mesmerizante, como diría aquél.
La Milla Magnífica (también llamada allí The Mag Mile) comienza en uno de los lugares emblemáticos de la ciudad, el puente de Michigan, del que puede decirse que su entrada en funcionamiento, a finales de la década de los años 20 del siglo pasado, dio origen a la nueva zona comercial de la ciudad; los edificios Wrigley y Tribune, sede del Chicago Tribune, forman su puerta de entrada.
Puente de Michigan, con los edificios Wrigley y Tribune
Algunas cifras relativas a esta calle aturden. Sólo por mencionar algunas: unos 300 restaurantes, más de 50 hoteles, unas 500 tiendas, entre las que se cuentan las de las más prestigiosas firmas de todo el mundo: Armani, Gucci, Prada, Tiffany & Co…, grandes almacenes como Macy’s y Bloomingdale’s y, por supuesto, Zara. Un paraíso de las compras para los más de 22 millones de visitantes que recibe al año.
Vista de la Milla Magnífica, de norte a sur
Pero para mí, lo más atractivo de este inmenso escaparate era su fauna, rica, diversa, podría decirse que serena, animada pero exenta de esa excitación febril propia de otras grandes ciudades, me dio la impresión. En este lugar lucen las vitrinas más caras del mundo, pero el auténtico escaparate es la propia calle en sí.
Con la intención de ir caminando hasta el John Hancock Centre para contemplar las vistas nocturnas de la ciudad desde su observatorio, iniciamos el recorrido por la Milla Magnífica. Fuimos deteniéndonos cada pocos metros ante los innumerables reclamos de la calle, cruzándola una y otra vez, atraídos por el magnetismo de la opulencia exhibida, intentando tomar nota fotográfica desde todos los ángulos y preguntándonos por la forma en cómo una limpieza casi radiactiva, que afectaba incluso a los tulipanes que por miles se abrían en los arriates, podía mantenerse.
Un buen rato después, ya anocheciendo, concluimos el primer reconocimiento de The Mag Mile y llegamos a su tramo final. La Water Tower, la Water Tower Place, centro comercial de lujo, la Fourth Presbyterian Church, una coqueta iglesia neogótica, y el John Hancock Centre son el punto final de esta gran pasarela de la ostentación.
Fourth Presbyterian Church
Un buen rato después, ya anocheciendo, concluimos el primer reconocimiento de The Mag Mile y llegamos a su tramo final. La Water Tower, la Water Tower Place, centro comercial de lujo, la Fourth Presbyterian Church, una coqueta iglesia neogótica, y el John Hancock Centre son el punto final de esta gran pasarela de la ostentación.
Fourth Presbyterian Church
Se nos había hecho un poco tarde para subir al observatorio del John Hancock Centre, de modo que decidimos buscar un sitio para cenar. Volvimos sobre nuestros pasos con la certeza de que no tardaríamos en recorrer de nuevo esta magnífica avenida, cargada de magnetismo, una de esas calles a las que se va de forma casi instintiva cuando no se sabe exactamente adónde ir.
Un músico negro callejero, de unos dos metros de estatura, reproducía con su saxo los acordes de 'Imagine' de John Lennon y me pregunté si el lugar era el apropiado para imaginar un mundo en paz, compartido por todos. Apenas un minuto después pensé que el lugar no era el apropiado para hacerse ese tipo de preguntas.
John Hancock Centre