Comenzaba a declinar el día, nuestro primer día en la ciudad. Bajamos por Michigan Avenue, por la orilla de Millenium Park, cruzamos Monroe St, seguimos caminando por Grant Park hasta Jackson Blv., dejando atrás el Art Institute of Chicago y decidimos dar la vuelta para dar un largo paseo por la Michigan en dirección norte. El tono dorado de la luz del atardecer resaltaba el perfil imponente de los edificios de la avenida, que comenzaban a adornarse con las primeras luces interiores.
Michigan Bridge (cruce de Michigan Avenue con Wacker Drive, mirando hacia el sur)
El conjunto de obras de arte de la arquitectura moderna es único. Se puede comenzar a enumerarlas por el Hotel Hilton, edificio de cuerpo de ladrillo visto con aspecto de enorme kit-kat que no acaba de ser de mi gusto, a pesar del glamour que lo rodea (no en vano contiene la suite más cara de Chicago, por la que han pasado todas las celebridades imaginables) y de que parece ser, por lo que he leído y visto en las películas (véase la versión moderna de ‘El Fugitivo’), que sus salones son simplemente espectaculares. No es difícil imaginarse a Frank Sinatra, Dean Martin o Tony Bennett cantando para un puñado de millonarios en esos salones.
Siguiendo en dirección norte por la avenida Michigan destacan los edificios Auditorium, Fine Arts, de estilo neorrománico, y Santa Fe. En la otra orilla de la avenida, entre Millenium Park y Grant Park, se encuentra un extraordinario museo del que más tarde hablaré: el Art Institute of Chicago. Al cruzar de nuevo Millenium Park sentí un pellizco en la espalda y temí que la caída a plomo desde aquel bordillo norteamericano me fuera a fastidiar la fiesta. De forma casi involuntaria, llevé mi mano a la zona pellizcada y el gesto debió de ser lo bastante expresivo como para que un tipo delgado, no muy alto, de edad indefinida, con gabardina ligera, sombrero gris perla y gafas de sol negras, se me quedara mirando unos instantes. Su aspecto de Frank Sinatra algo venido a menos chocaba un poco, sobre todo en una tarde espléndida.
Cruzada Randolph St, Michigan Avenue gana su orilla derecha. En su orilla izquierda, un edificio me llamó especialmente la atención: el Carbide & Carbon building, de Daniel Burnham. Es un elegante edificio de color verde oscuro y detalles dorados (como su cúpula), al que yo llamaba 'la pluma estilográfica'. En la actualidad es el 'Hard Rock Hotel'. Muy cerca, algo más al norte, ya en Wacker Drive, se encuentra otro precioso y estilizado rascacielos de principios de siglo pasado, al que acabé llamando 'el boli'. La foto siguiente muestra las cimas de la pluma y del boli.
Al atardecer, los reflejos del sol en el edificio le hacen parecer una auténtica joya.
Integrado en el skyline, en una de las zonas de mayor concentración de edificios históricos de Chicago (Chicago landmarks), se puede apreciar su elegancia y su diseño esbelto.
Después de echar un vistazo al vestíbulo dorado del Hard Rock Hotel y a su escaparate (qué dominio del merchandising tiene esta gente), quedaba poco para llegar a uno de los centros neurálgicos de Chicago: el cruce de Michigan Avenue con el río Chicago, un impresionante espacio urbano que reúne los mejores ejemplos de la arquitectura americana, rascacielos que parecen catedrales (o catedrales como rascacielos) negóticos, neorrománicos, neoclásicos, entre los que destacan el Wrigley Building (con cúpula inspirada en la Giralda de Sevilla), el Tribune Building (edificio neogótico que luce incrustados en sus paredes piedras de lugares y edificios únicos en el mundo y un pedazo de piedra lunar), el 35 de East Wacker Drive y el Hotel Intercontinental. El aire retro de tan magnífica colección de edificios recuerda escenas de películas de gángsters, pero también a Gotham, la ciudad de Batman, y no precisamente por lo sombrío de ésta.
Continuamos por Michigan Avenue hacia el norte con la sensación de estar narcotizados por el cansancio del viaje, por el jet lag y por las luces de la ciudad, que iban apareciendo con mayor intensidad a medida que caía la noche. Era la hora de buscar un sitio para cenar. Fuimos sin dirección por las calles cercanas a North Michigan Avenue y por un momento me pareció que el Frank Sinatra venido a menos, que poco antes volvimos a ver salir del Hard Rock Hotel, acababa de cruzar la calle y tomaba nuestra dirección: ¿nos seguía?. No habíamos pensado invitar a cenar a nadie, al menos esa noche.