Deep dish pizza


A las 8,30 hora de Chicago (3,30 de la madrugada en España) buscábamos un sitio para cenar. Nuestra idea era encontrar algún sitio de comida rápida y habíamos leído que Giordano's era un restaurante italiano muy popular en Chicago pero, aunque sabíamos que estaba por la zona, desconocíamos su exacta ubicación.



Entramos a varios restaurantes y, a esas horas, todos estaban hasta los topes. Lo intentamos en un italiano (la mayoría de restaurantes de Chicago son italianos, o al menos esa impresión tuve) de nombre 'Volare' que tenía una muy buena pinta, pero había que esperar demasiado. El local estaba repleto de gente de mediana edad y mayor aún, algunos de los cuales podrían haber pasado perfectamente por Domenico Modugno y su familia. El precio no era excesivamente caro y la carta era bastante amplia.


Fuimos en busca de Giordano's y lo encontramos. Resultó ser un espacio agradable, con cierto aire italiano, pero muy americano. Teníamos que esperar 45 minutos para que nos dieran mesa, de modo que salimos en busca de cualquier otro. No lejos de allí nos encontramos con una pizzería llamada 'Due'. En la calle había una pequeña terraza donde la gente esperaba su turno para una mesa. Se avisaba por una megafonía que, en un sonido infame, iba llamando a cada turno de manera ruidosa e ininteligible.
El comedor se encontraba en un sótano al que se accedía por una escalera estrecha llena de gente. Cuando estábamos haciéndonos a la idea de que esa noche cenaríamos en un McDonald's, un chico nos invitó a llegar hasta una especie de recepción de pedidos en la que dos chicas hispanas, en un perfecto inglés, nos dijeron que si hacíamos el pedido en ese momento tendríamos que esperar unos 25 minutos para que nos dieran mesa y que ese era aproximadamente el tiempo en que el pedido estaría listo. Bueno, no está mal, pensamos, y decidimos quedarnos. Ya en español, atendiendo mi petición de que se expresara en nuestro idioma, nos invitó a pasar a la barra del comedor y tomar algo si nos apetecía. El bullicio del lugar nos animó a pedir una cerveza en una barra que me recordó a la de la serie Cheers. La atmósfera de ciertos establecimientos sugiere que nacieron con vocación de permanecer, una pulcritud y cuidado en llevar el negocio con la mejor cara, algo que, desafortunadamente, en mi opinión, no suele verse en un país tan infectado de bares como España. En este sitio había un gran ambiente, la gente hablaba en voz alta pero sin gritar y parecía que estaban relajados, pasando un rato agradable, charlando y bebiendo.
Una pareja típica norteamericana con aspecto de acabar de salir de un garito de country del medio oeste reparó en nosotros, tal vez por nuestra cara de despiste, y nos ayudó a pedir una cerveza, que las hay de varios tipos. Pedimos una 'dark beer', por recomendación de él. Muy rica. Al pagar, él con un palillo mondadientes en la boca y ella en tono jocoso, nos conminaron a que dejáramos propina. Pagamos diez dólares por dos grandes vasos de cerveza y añadimos un dólar más. La mujer, que llevaba un sombrero tejano y unas buenas botas de cowgirl, nos hacía gestos para que fuéramos algo más generosos. Al punto sonó mi nombre por la megafonía, seguido de un número que siempre se escuchaba a continuación de cada nombre y que la mayoría de las veces era 42 ó 45. No supe por qué.



Nuestra cena iba a consistir en dos pizzas de tamaño mediano del estilo típico de Chicago conocido como  'deep dish pizza', un mazacote que se sirve en la sarten en la que se cocina, con el rabo y todo, con las dimensiones de una tortilla de patatas de una docena de huevos, que calmaría la voracidad de un regimiento de marines después de un asalto. A mí me pareció eso, un mazacote, armado con una contundencia a prueba de una tonelada de sal de fruta, pero no se podía dudar de su éxito a juzgar por el trasiego de sartenes en aquel lugar. Las nuestras tenían mucho pimiento y, sobre todo, queso y tomate de sabor fuerte y consistente. A pesar de que sólo comimos la mitad de una y un cuarto de la otra, casi no podía levantarme de la silla después de la experiencia.
Cuando acabamos, el camarero nos preguntó que si nos preparaba los restos para llevarlos. Le dijimos que no y nos puso cara de no acabar de creérselo: nosotros tampoco podíamos creer que muchísima gente se pudiera llevar eso a casa, como así ocurría.



Aunque suelo fotografiar todo lo que se me pone por delante, no he logrado encontrar las fotos que hice a mis 'deep dish pizzas', por lo que, aunque no es mi costumbre, pongo una foto sacaba de la red, para que os podáis hacer una idea. Bon appétit!.