Escaparates

No soy de esas personas que vuelven de un viaje cargadas de regalos, aunque siempre hago una excepción con Isa, mi chica favorita. Desde hace apenas nada, recién estrenada su adolescencia, suelo comprar en los sitios a los que viajo algún collar, pulsera u otro detalle sin importancia. Nunca he tenido problema para elegir el regalito porque siempre ha tenido gustos muy definidos: a los 12 años era roquera; ahora, hippie, aunque sus nociones de plástica lisérgica son aún incipientes, algo que a ella no se le escapa.

En busca, pues, de alguna prenda u objeto adecuados a primero de psicodelia (ella asimilaría con prontitud algo de niveles mucho más avanzados, estoy seguro, pero ya se sabe que a ciertas edadades ya no se considera tan necesario precipitar las cosas) me lancé a la calle antes de que cerraran las tiendas. ¿Qué le compraría? Y lo que era más importante: ¿dónde?

Michigan Ave. era lo poco que conocía y lo que más a mano tenía. Cientos de escaparates de todo tipo adornaban sus edificios, todos ellos sugestivas puertas de entrada al consumo, interfaces materia-sentidos diseñados con minuciosa precisión. Alguno de ellos me ofrecería esa camiseta o prenda, estaba convencido, que haría las delicias de Isa.  
Pero de psicodelia, lo que se dice psicodelia, nada de nada.... de momento.

A pesar de suponer que Victoria’s Secret no era el sitio ideal para encontrar cualquier cosa que tuviera algo que ver siquiera con el ‘flower power’, al pasar por la tienda nos pudo la curiosidad y entramos. Cientos, o miles de brasieres (los sostenes de toda la vida) y braguitas de todos los colores y diseños (no podría decirse lo mismo de los tamaños, me temo) parecían revolotear como mariposas por todo el enorme espacio de la tienda. Fue algo parecido a una experiencia lisérgica aunque dudo que lo hubiera sido para Isa.

Después de inspeccionar la colección ‘Pink’ y ‘Linda en el campus’ tentado estuve de comprar una camisetita minúscula y/o un pequeñísimo short estampado. La cara de Mich era la de quien está esperando concluir un trámite. A punto estuve de quedarme con el mini short pero pensé que si regalaba algo ‘tan pijo’ a Isa quizás ésta dijera ‘jo, Mííííguel, qué fuerte!'. También pensé en que sería complicado, tal vez, dar con una tienda de Victoria's Secret donde vivo.

Ya empezaba yo a pensar que no sería fácil encontrar algo para Isa en Michigan Avenue, y no porque no hubiera cositas megachulas, que las había por un tubo, sino porque quizás no serían para ella del todo flipantes. Encontré una tienda enorme (ya sé, allí todo es enorme, perdonad) de tee shirts y jeans, así como muy 'working class', techos altos, hasta el punto de no ser capaz de distinguirlos, decoración industrial, muy urban fashion, con ropa tipo calle Fuencarral (en esa tienda podría caber la calle entera).


Entré y, al punto, un chico me saltó con el habitual 'can I help you?'. Al principio le dije que sólo miraba, pero luego pensé que quizás debía intentarlo. Y lo intenté. - Querría una camiseta con dibujos psicodélicos, flores, el arco iris, con colores vivos y algo distorsionados - le dije. Me miró con la cabeza ladeada y con cara de no poder ayudarme; desvió los ojos al invisible techo y dijo - Sorry, try Amigos & Us, on North Clark – . Mich se encontraba fuera de mi vista.

                                      Store header de Amigos & Us, sacado de su página web

No es que yo dude de la capacidad de supervivencia de Mich en un hábitat urbano, en absoluto, pero tampoco era cuestión de tener que andar perdiendo tiempo buscándonos, de modo que me lancé de inmediato en su búsqueda. Cerca de la tienda que acababa de abandonar se encontraba Tiffany & Co, la mítica cadena de Joyerías norteamericana inmortalizada por Blake Edwards en su película Desayuno con diamantes, adaptación libre de Breakfast at Tiffany's, la deliciosa novelita de Truman Capote (por si quedaba alguna duda). En el hueco de su portentosa entrada estaba Mich, su cara pegada al escaparate, cuan Audrey Hepburn esperando a su hombre rico y dispuesto a cubrirla de piedras preciosas.


Un poco rendido, propuse que nos dirigiésemos a esa tienda hippie de la calle Clark. No sabía si llegaríamos a tiempo, pero tampoco era cuestión de que la compra nos ocupara otra tarde completa. Llegamos al final de la Milla Magnífica y Amigos & Us quedaba lejos. El lujo de algunas tiendas nos distraía, de modo que decidimos que esa expedición quedaba pendiente para otro momento.


Un ligero viento frío nos empujaba hacia el hotel. No sé por qué, cuando soplaba ese viento la ciudad me parecía más limpia, casi aséptica, como si el aliento helado del lago Michigan la mantuviera libre de toda miseria. Poco antes de llegar al puente de Michigan, un escaparate de Swarovski nos detuvo en seco. Cientos de cuentas de cristal cuidadosamente ensartadas y dispuestas en una geometría perfecta formaban lo que parecía una puerta a otra dimensión. Mi atención quedó atrapada hasta el punto de que, pasados unos segundos, comencé a viajar por esa especie de agujero negro del lujo. Miles de reflejos ondulantes me llevaron hasta una pradera cruzada por un arroyo de zafiros y habitada por unicornios, cebras y mariposas de cristal. En el centro de esa pradera se encontraba Isa, que me miró con ojos caleidoscópicos y una sonrisa pícara. Vestía una preciosa túnica, hecha de cuentas de cristal, que el señor Swarovski, graciosamente, le acababa de regalar. Lucy in the sky with diamonds, de los Beatles, sonaba con delicadeza. Por supuesto, en el estribillo se cambiaba Lucy por Isa.