Hotel, dulce hotel


Cuando llego por primera vez a un país extranjero me encuentro excitado, pero también algo inseguro por no dominar el idioma hasta un punto deseable y desconocer los usos y costumbres del lugar. Con cierta sensación de inseguridad llegué con mi maleta al Hotel Hampton Majestic, situado en pleno centro de la ciudad, un hotel de cuatro estrellas que ocupa un edificio no demasiado alto y con aire retro. Al entrar, unos jóvenes con aspecto latino nos dieron la bienvenida de forma muy educada y nos acompañaron hasta el lobby. Al principio me inquietó el hecho de que la recepción no se encontrara en la entrada (las dos primeras plantas las ocupa un teatro), pero me agradó que los chicos me llamaran 'Sir', un comienzo que me hizo sentir un poco más seguro. Nos acompañó uno de ellos hasta la recepción, en la tercera planta. Otra particularidad es que no hay acceso a la planta nº 13 por ascensor.

En Chicago, como en todas las grandes ciudades de Estados Unidos, hay un gran porcentaje de población de origen hispano que, en general, desempeña trabajos en el sector servicios, en particular en la hostelería, por lo que la barrera del idioma para un castellanohablante no llega a ser un inconveniente grave: en todos sitios hay algún hispano a quien poder dirigirse y pedir que te hable en español aunque, de entrada, los latinos siempre se dirigen a uno en inglés.
Pero el día en que llegamos al hotel no había ningún latino en la recepción, de modo que hubo que entenderse con un chico anglo con pecas y amabilísimo, el cual, mientras las limpiadoras del hotel charlaban alegremente en español, se esforzó para que le entendiéramos y puso cara de sorpresa cuando nos asignó la habitación que habíamos reservado. Durante toda nuestra estancia fue muy amable y atento con nosotros y alguna vez incluso tuve la sensación de que nos trataba de forma algo especial. Al día siguiente conocimos a Juan, un trabajador del hotel de origen mexicano, amable y discreto, encantador, del que luego hablaré porque nos facilitó mucho las cosas.



Subimos a nuestra habitación en el piso nº 17 del edificio (para acceder a las plantas superiores al lobby hay que introducir la llave en la ranura que hay en el ascensor) y una vez dentro de la misma, la primera impresión que tuvimos fue buena. Era sobria, de tonos oscuros y grandes cortinas de color granate. El cuarto de baño más que correcto, bien equipado y muy ordenado, con muchas toallas de todo tipo, dispuestas de forma artística. Una gozada. Pero lo más impresionante era la cama: blanquísima, comodísima y, sobre todo, enorme. En la tele, Oprah Winfrey entrevistaba a Melissa Etheridge, recién curada de un cáncer, la cual, tras recibir un abrazo cariñoso y prolongado de la estrella televisiva nos obsequió con una canción. Tiene que sentirse uno lleno de energía positiva después de ser abrazado por Oprah, pensé.


Después de una ducha y unos minutos tumbado en la cama, me asomé por la ventana y la sensación de proximidad de los rascacielos, enormes muros de cristal que parecían estar pegados a mi nariz, casi me asusta. Mientras observaba la esquina del Edificio Carson Pirie Scott imaginé entrando y saliendo del mismo a John Dillinger, los Moran y Al Capone, por este orden, pero también a Muddy Waters y Otis Spann, y a los Blues Brothers. Una risotada de Oprah me trajo de nuevo a la realidad y de pronto me encontré estupendamente: estaba en Chicago.


Antes de continuar, y para evitar que se me olvide más tarde, os hago una importante advertencia: ¡nunca hagáis uso del teléfono del hotel para llamar a España!; una vez que sepáis qué prefijos tenéis que marcar (depende del sitio desde donde llaméis y del lugar al que vayáis a hacerlo) llamad desde vuestro teléfono móvil y os evitaréis un disgusto. Ya os contaré más adelante.