A Chicago

A Mich y a mí nos gusta viajar en abril.
Nunca decidimos con mucha antelación el destino (que suele ser una gran ciudad) aunque solemos tener alguna apetencia más o menos concreta. Estaba decidido que este año iríamos a Nueva York pero, como nos ocurre siempre, un pequeño detalle hizo cambiar nuestro plan y acabamos en una ciudad en la que no habíamos pensado: CHICAGO.

Y nos gustó mucho.

Me propongo, en primer lugar, relatar el viaje de siete días a esta ciudad desde mi óptica particular, a modo de un diario de viaje, y compartirlo; en segundo lugar, que este sitio sea útil para quien desee visitarla; en tercer lugar, mostrar las fotografías que tomamos de la ciudad.



Aunque no figure entre las ciudades norteamericanas con mayor tradición turística, al menos en España, Chicago tiene muchísimas cosas que ofrecer. Sorprende su arquitectura, en especial, y al menos en mi caso, la de la primera mitad del siglo XX. Pero también sorprenden sus museos, sus parques, sus barrios, su variedad humana, su música, el aspecto sosegado de sus habitantes y lo limpia que está. Es una ciudad luminosa. Y 'tiene' el Blues.

Siete días bien aprovechados dan para disfrutar de los lugares más representativos de la ciudad, pero se necesitaría al menos una semana más para conocer la 'otra ciudad', los distintos barrios más o menos alejados del downtown, cada uno de ellos con sus particulares atractivos: Chinatown, Lakeview, Andersonville, Wicker Park, Pilsen, Pulman Historic District, Gold Coast, Oak Park...


Existen numerosas páginas en internet que ofrecen valiosa información de la ciudad y que utilizamos para preparar el viaje, entre las cuales merece atención especial la página oficial de turismo de Chicago. También hicimos uso de la guía en castellano de 'El País Aguilar', la única que pudimos encontrar en nuestro idioma, y bien complicado que resultó.
Las formas de explorar la ciudad y de moverse por ella son numerosas: en metro (CTA), en cercanías (Metra), autobuses, bicicleta, autobuses gratuitos (a Navy Pier) y taxi; todas ellas pueden ser útiles en determinadas circunstancias. También existen cruceros por el lago Míchigan y por el río Chicago y tours en segway.
Intentaré aportar información nacida de mi experiencia del viaje, pequeños detalles de los que rara vez se informa en las guías y que pueden ayudar a ganar algo de tiempo.
Gracias por entrar.


Notas: 1) las entradas aparecen en correspondencia con el orden cronológico del viaje; 2) la música se activa pinchando en la flechita de 'play' en el gadget de 'goear', en la esquina superior derecha.


                                                    Mapa del downtown de Chicago

Volando

Nuestro viaje comenzó en la mañana del día 16 de abril de 2010. El cielo de Madrid era tan limpio que parecía mentira que cientos de personas no pudieran volar al norte de Europa por culpa de un volcán islandés en permanente enfado, al parecer. Pero a nosotros nada nos afectaba: nuestra vía hacia Chicago estaba despejada.
Llegamos al aeropuerto con bastante antelación y, en mi caso, un poquito inquieto: era un largo viaje a un país desconocido (aunque haya visto muchas películas) y excitante, a lo que se añadía el temor (infundado, casi siempre infundado) de que las medidas de seguridad para subir al avión fueran tan 'desmedidas' como dicen algunos. Pero no. Parecía que todo iba a ir rodado, como así fue.

El avión despegó de Barajas a la hora prevista, las 12 del mediodía, y nueve horas más tarde aterrizábamos en el aeropuerto de O'Hare, con la sensación de que, a pesar del largo vuelo, no había pasado tanto tiempo: eran las 2 de la tarde en Chicago.



El aeropuerto es similar a cualquier gran aeropuerto internacional. En los pasillos, grandes mosaicos murales que representan músicos de jazz o blues nos dicen que llegamos a una ciudad que ama la música, y eso siempre, desde mi punto de vista, es un valor añadido. A pesar de que estaba prohibido tomar fotos dentro del aeropuerto, eché mano del móvil para fotografiar alguno de esos murales, pero no lo hice por temor a la posibilidad de que mi conducta fuera considerada altamente reprobable y las consecuencias de tal conducta me arruinaran el viaje: ¿quién no ha oído por boca de cualquier conocido historias sobre lo implacables que pueden ser las autoridades norteamericanas en caso de infringir las normas?. ¿Y si fuera reducido allí mismo por una afroamericana de dos metros y 120 kilos que, sin mostrar delicadeza alguna, además me requisara el móvil, sacara un manojo de llaves y me metiera entre rejas?. Ni hablar. Desconecté el móvil y no lo volví a conectar hasta que llegué al hotel.
Por suerte, y aun lamentando que alguien pueda sentirse decepcionado, lo anterior no suele ocurrir. En realidad, el número de sobresaltos sufridos en esta estupenda ciudad fue cero.
Como creo que la información que estoy dando puede ser de interés para quienes hayan pensado en ir a los Estados Unidos y lo vayan a hacer por primera vez, seguimos en el aeropuerto de O'Hare.
Antes de recoger las maletas, varios funcionarios de aduanas, de toda raza y condición, te someten a un control que, dependiendo de si te toca en la fila buena o no, te puede llevar más o menos tiempo. Nosotros íbamos detrás de una familia entera de uzbekos, creo, con bebés. El control consiste en lo siguiente: lectura del pasaporte, toma de huellas de los cuatro dedos mayores de la mano izquierda, toma de huella del dedo pulgar de la misma mano, idéntico proceso con la mano derecha y foto. Si, todo eso. Pero no temas mancharte los dedos: la lectura es digital, valga la redundancia. No te piden el formulario que tuviste que rellenar antes de emprender el viaje, pero sí los que tuviste que rellenar en el avión. Y ojo, no se te ocurra perder el resguardo verde que te grapan al pasaporte porque puedes tener problemas. Después te preguntarán (en Inglés, pero si no lo entiendes te lo repetirán en Español) por el tiempo que durará tu visita y si ésta es por negocios o por placer. Después de recoger tus maletas, un funcionario te dirá 'welcome to the USA'.


Nuestros primeros pasos


En medio de la enorme sala de la terminal 5 del aeropuerto (hay terminales 1, 2, 3 y 5, pero nunca supe por qué no existía la terminal 4), estábamos Mich y yo con nuestras maletas en un carrito, mirando a un lado y a otro. Yo sabía que la forma más económica (aunque no la más cómoda, por el equipaje) de llegar a nuestro hotel en el 'Loop' (la almendra de la ciudad) era el tren 'L' de la CTA, siglas de la Chicago Transit Authority, equivalente a nuestro 'Metro' pero mucho más superficial. Había que encontrar la conexión. Varios giros de cuello después, pregunté a unos jóvenes de origen asiático, empleados del aeropuerto, los cuales, en un inglés de pasapalabra y fuerte acento americano, según me pareció, me contestaron sin que pudiera entender nada más que 'nosequé upstairs'. Dije sorry y tuvieron la amabilidad de repetírmelo, esta vez más despacio. Dije OK con determinación, a pesar de que sólo había entendido que tenía que subir unas escaleras. Mich me preguntó si me había enterado y le dije que sí y, para demostrárselo, seguí a unos italianos que parecían muy decididos. Cuando los italianos no supieron adonde ir yo tampoco. Volví a girar el cuello una y otra vez hasta que un señor de unos 60 años recostado en una columna me dijo en español: '¿dónde van'?. Seguí sus instrucciones y subimos a un trenecito que nos llevó a la terminal 3, donde, por fin, encontramos los trenes 'L' de la CTA. Los italianos nos siguieron aliviados.


Estaciones y vías de tren urbanas

La pequeña adversidad que uno encuentra al hacer uso de los trenes CTA aparece cuando hay que comprar el billete. Suele haber un empleado de la compañía, normalmente una negraza bien nutrida, en alguna cabina, que te remitirá a la máquina expendedora de billetes para adquirirlo. El inglés poco engrasado no ayuda y mejor engrasado no mucho, pero no hay que encogerse, la gente suele ser amable. Un viaje sencillo con destino a cualquier otra estación de la red cuesta 2,25 dólares. También existen ‘cards’ para un día completo ('day fun pass') o para más, que vienen estupendamente si se va a tomar el metro y autobús (vale para ambos) aunque sólo sea tres o cuatro veces al día, y que se pueden adquirir, entre otros, en sitios de cambio de moneda que además ofrecen múltiples servicios, reconocibles por un luminoso que dice ‘Currency Exchange’. También en farmacias (si, en farmacias).



El pago en las máquinas expendedoras de las estaciones se puede efectuar en metálico o con tarjeta. En caso de pagar con billetes, la máquina emite una ‘transit card’ válida para tantos viajes cuantos resulten de dividir el valor del billete por 2,25. El problema es que no devuelve cambio, es decir, si introduces un billete de 10 dólares y eliges billete normal, te da una ‘card’ válida para 4 viajes y el dólar que sobra se lo queda. Autopropina.

Las estaciones del CTA pueden decepcionar un poco si se comparan con las de nuestro metro (me refiero al metro de Madrid, que es el que mejor conozco), sobre todo al principio, aunque con los días uno va entendiendo su función y su estética en el contexto urbano. La gran mayoría son superficiales, excepto algunas en el downtown, y son un ejemplo de economía ferroviaria: en la misma estación las distintas líneas que pueden pasar por ella utilizan las mismas vías, lo que exige, supongo, una buena labor de coordinación del tráfico. Su aspecto es algo descuidado, aunque no sucio, un poco sórdido sin llegar a ser inquietante, viejos homeless dignos y fuertes que muestran sin reparo sus saludables tripas metálicas. Tienen algo de fascinante y literario, un glamour herrumbroso que desaparecería con una mano de pintura. Volveré a hablar de ellas.

Con nuestra 'transit card' de 4 viajes franqueamos el torniquete y tomamos el tren hacia nuestro hotel, en Monroe St. Un mejicano de unos 35 años me dijo 'can I help you?' al verme desplegar el mapa. Cuando vio que era un folleto en español, me ofreció amable conversación durante el trayecto, que incluía información sobre la ciudad y sobre sí mismo: trabajaba de 'mesero' en un restaurante del aeropuerto, vivía con su familia desde hacía 20 años en Chicago y tenía muchas ganas de conocer España, la madre patria, porque había oído que era muy linda. Me explicó la diferencia que existe entre mesero y barman y me preguntó que cómo se llamaba en España a los meseros; camareros, le dije. Cuando me preguntó que como llamábamos aquí a los barmen le dije que camareros también y me miró algo incrédulo. Al bajarse tuve la agradable sensación que produce la amabilidad sincera de un extraño, y en Chicago eso ocurre con frecuencia: si despliegas el mapa de la ciudad o miras la guía durante unos momentos alguien  se te acabará acercando y te dirá 'can I help you?'. Haz la prueba y verás, cuando tengas la ocasión.
El paso del tren por los suburbios y el trajín de la gente que subía y bajaba en cada estación componían un hipnótico timelapse, una sucesión de fotogramas de la vida de una gran ciudad, que son muchas ciudades, en un día luminoso. Nos acercábamos a nuestro hotel cansados y excitados porque el día acababa de empezar de nuevo.

Hotel, dulce hotel


Cuando llego por primera vez a un país extranjero me encuentro excitado, pero también algo inseguro por no dominar el idioma hasta un punto deseable y desconocer los usos y costumbres del lugar. Con cierta sensación de inseguridad llegué con mi maleta al Hotel Hampton Majestic, situado en pleno centro de la ciudad, un hotel de cuatro estrellas que ocupa un edificio no demasiado alto y con aire retro. Al entrar, unos jóvenes con aspecto latino nos dieron la bienvenida de forma muy educada y nos acompañaron hasta el lobby. Al principio me inquietó el hecho de que la recepción no se encontrara en la entrada (las dos primeras plantas las ocupa un teatro), pero me agradó que los chicos me llamaran 'Sir', un comienzo que me hizo sentir un poco más seguro. Nos acompañó uno de ellos hasta la recepción, en la tercera planta. Otra particularidad es que no hay acceso a la planta nº 13 por ascensor.

En Chicago, como en todas las grandes ciudades de Estados Unidos, hay un gran porcentaje de población de origen hispano que, en general, desempeña trabajos en el sector servicios, en particular en la hostelería, por lo que la barrera del idioma para un castellanohablante no llega a ser un inconveniente grave: en todos sitios hay algún hispano a quien poder dirigirse y pedir que te hable en español aunque, de entrada, los latinos siempre se dirigen a uno en inglés.
Pero el día en que llegamos al hotel no había ningún latino en la recepción, de modo que hubo que entenderse con un chico anglo con pecas y amabilísimo, el cual, mientras las limpiadoras del hotel charlaban alegremente en español, se esforzó para que le entendiéramos y puso cara de sorpresa cuando nos asignó la habitación que habíamos reservado. Durante toda nuestra estancia fue muy amable y atento con nosotros y alguna vez incluso tuve la sensación de que nos trataba de forma algo especial. Al día siguiente conocimos a Juan, un trabajador del hotel de origen mexicano, amable y discreto, encantador, del que luego hablaré porque nos facilitó mucho las cosas.



Subimos a nuestra habitación en el piso nº 17 del edificio (para acceder a las plantas superiores al lobby hay que introducir la llave en la ranura que hay en el ascensor) y una vez dentro de la misma, la primera impresión que tuvimos fue buena. Era sobria, de tonos oscuros y grandes cortinas de color granate. El cuarto de baño más que correcto, bien equipado y muy ordenado, con muchas toallas de todo tipo, dispuestas de forma artística. Una gozada. Pero lo más impresionante era la cama: blanquísima, comodísima y, sobre todo, enorme. En la tele, Oprah Winfrey entrevistaba a Melissa Etheridge, recién curada de un cáncer, la cual, tras recibir un abrazo cariñoso y prolongado de la estrella televisiva nos obsequió con una canción. Tiene que sentirse uno lleno de energía positiva después de ser abrazado por Oprah, pensé.


Después de una ducha y unos minutos tumbado en la cama, me asomé por la ventana y la sensación de proximidad de los rascacielos, enormes muros de cristal que parecían estar pegados a mi nariz, casi me asusta. Mientras observaba la esquina del Edificio Carson Pirie Scott imaginé entrando y saliendo del mismo a John Dillinger, los Moran y Al Capone, por este orden, pero también a Muddy Waters y Otis Spann, y a los Blues Brothers. Una risotada de Oprah me trajo de nuevo a la realidad y de pronto me encontré estupendamente: estaba en Chicago.


Antes de continuar, y para evitar que se me olvide más tarde, os hago una importante advertencia: ¡nunca hagáis uso del teléfono del hotel para llamar a España!; una vez que sepáis qué prefijos tenéis que marcar (depende del sitio desde donde llaméis y del lugar al que vayáis a hacerlo) llamad desde vuestro teléfono móvil y os evitaréis un disgusto. Ya os contaré más adelante.

Millenium Park I

Eran las cinco de la tarde en Chicago cuando salimos del hotel sin saber por dónde quedaba el norte de la ciudad ni por dónde empezar a hincarle el diente, pero daba igual; ese primer día decidiríamos qué hacer sobre la marcha. En la calle, un poco amedrentados por esa verticalidad tan imponente, buscamos de forma instintiva el espacio abierto. Echamos a andar y nada más llegar al cruce con State St. (qué gran calle, como cantaba Frank Sinatra) comprobé por primera vez la diferencia de tamaño entre el mundo norteamericano y el nuestro: el salto que confiadamente dí de la acera a la calzada se me antojó abismal y pudo ser una experiencia traumática a la vista del chasquido que me causó en las vértebras, pero parecía que la cosa no iba a pasar de un susto y aprendí que en Chicago debía tener cuidado con los bordillos.


Cruzadas State St. y Wabash Ave., y llegando a Michigan Ave., apareció un gran espacio bautizado con el nombre de Millenium Park, una superficie limitada por Michigan Ave., Randolph St. y el lago Michigan y unida a Grant Park casi sin solución de continuidad.


Al cruzar Michigan Avenue y entrar en el parque tuve la sensación de cargarme de energía. Los árboles en flor, la luz del sol reflejada en los edificios de cristal de Randolph St., la ligera brisa del lago, los amplios paseos embaldosados, limpios como una patena, la gente relajada....Me sentía tan optimista que comencé a tararear mentalmente la canción 'I want to live in America', en la versión de Trini López, para concretar.


Unos pasos más adelante se dejó ver el impresionante Jay Pritzker Pavillion de Frank Gehry, con sus formas retorcidas que imitan las obras de un tal Frank Gehry (el del Guggenheim de Bilbao, si). Bromas aparte, el auditorio y su espacio exterior, que se utiliza para todo tipo de eventos culturales al aire libre a partir de junio (en Chicago todo funciona a tope a partir de junio), y que entonces estaba cercado, es la joya arquitectónica del parque.


Fue una pena que aún quedaran unas semanas para que comenzara la temporada de festivales al aire libre (gospel, blues, jazz, danza...) que se celebran a partir de mayo en el magnífico auditorio del Jay Pritzker Pavillion en Millenium Park y en el vecino Grant Park.

El BP Pedestrian Bridge (o BP Bridge), también de Frank Gehry, es un sinuoso puente que une el auditorio con Grant Park. Desde el lomo de esta enorme serpiente plateada se puede disfrutar de excelentes vistas. Gracias a su diseño, cumple la función de barrera protectora contra el ruido del tráfico por Columbus Drive. Ha sido el único puente diseñado por el arquitecto.

                                   Vista de Millenium Park desde el puente de Frank Gehry

Pero el parque también alberga otro tipo de joyas.



Millenium Park II : Cloud Gate ('La Alubia')

Una de las atracciones más populares de Chicago es sin duda la gran escultura de acero inoxidable y suaves curvas llamada ‘Cloud Gate’ (algo así como ‘puerta de la nube’), del escultor angloindio Anish Kapoor, popularmente conocida como ‘The Bean’ (La Alubia), por motivos evidentes. Y no es de extrañar porque, a pesar de su aparente simplicidad, esconde numerosas cualidades que hacen de ella un objeto singular.


Lo primero que me llamó la atención de La Alubia fue su lisura. A pesar de estar formada por una gran cantidad de placas de acero inoxidable, el pulido de su superficie es tan perfecto que parece hecha de una sola pieza, como una inmensa gota de mercurio. Ya en fotos nos resultó radiante. Nada más pisar Millenium Park fuimos buscándola sin decirnos nada y cuando la vi por primera vez sentí algo parecido a la alegría. Era un objeto amable que parecía disfrutar jugando con la gente que la rodeaba, fotografiaba y tocaba su voluptuosa superficie. Esa gente a la que devolvía divertidas imágenes de cada cual y del perfil curvado de la ciudad.


Además de amable y simpática, y precisamente por eso, La Alubia es un objeto útil. Las vistas de ojo de pez que devuelve son infinitas y distintas, lo que asegura el entretenimiento y la diversión por un buen rato. Da la sensación de que, como una inmensa gota de mercurio, puede llegar a cambiar de forma, lo que sugiere continuo movimiento e incita al juego. Por todo ello, se entiende su popularidad. Es un objeto muy logrado porque su autor ha conseguido dotarlo de una cualidad artística que hace que parezca vivo.


Tuvimos el acierto de contemplarla por la mañana, por la tarde y por la noche, y en todo momento resulta agradable. Por la mañana brilla si el día es soleado; por la tarde ofrece su cara más amable a los visitantes; por la noche es un espectáculo de reflejos de colores. Yo la disfruté especialmente una mañana en que Mich y yo nos quedamos solos después de que un par de mujeres latinas acabaran de limpiarla; también una noche en que solo merodeaba por allí un vigilante letón y su acompañante, el primero de ellos, con ganas de conversación, se ofreció a hacernos una foto juntos.


Las fotos que aparecen a continuación en tamaño reducido pueden ampliarse pinchando en ellas. En todas aparece La Alubia, a distintas horas del día y de la noche. Espero que disfrutéis de la única alubia que no produce gases.




Las siguente fotografía muestra una de las sorprendentes imágenes que se pueden obtener en la concavidad de la escultura por la noche. Os aseguro que no es un fotograma de 'Encuentros en la tercera fase'.



Y por el día.



Apenas llevábamos unas horas en la ciudad y, a pesar del largo viaje, la visita a Millenium Park nos había recargado las pilas. El cuerpo nos pedía continuar en el parque pero habíamos decidido encontrar un sitio donde poder comprar una tarjeta que nos permitiría visitar las principales atracciones de la ciudad y no había tiempo que perder.

Tarjetas

Disfrutar de las atracciones que ofrece Chicago es una actividad muy placentera pero también puede ser muy cara. Una manera más económica de hacerlo consiste en adquirir una de las tarjetas que existen ad hoc, entre las cuales, las más conocidas son citypass card y go Chicago card.

La primera de ellas, citypass, es válida para visitar cuatro de los museos más importantes de la ciudad: Museo Field, Acuario Shedd, Adler Planetario y Museo de Ciencias e Industria; además, se puede elegir entre subir al Skydeck (piso 103 de la torre Willis, antigua torre Sears, el edificio más alto de América), o al Observatorio del edificio Hancock. Su precio en internet son 69 dólares, y tiene nueve días de vigencia desde su adquisición.

La segunda, go Chicago, fue la que elegimos. Es válida para todas las atracciones de la ciudad y todos los cruceros y visitas guiadas en autobús (pinchad en el link para ver la relación), con ciertas limitaciones: solo es válida para: una visita turística guiada en autobús al día (de las cuatro posibles); un crucero de los dos posibles (skyline cruise, por el lago, y architectural cruise, por el río) al día, y si el tiempo lo permite; la entrada antes de las 5,30 de la tarde tanto al Skydeck (torre Willis) como al Hancock Observatory y solo puede hacerse una visita al día a estos edificios.


Otras de las muchas ventajas de la tarjeta es que permite aprovecharse de descuentos en determinadas tiendas y restaurantes.
Se puede adquirir para un día, dos, tres, cinco o más. Nosotros la adquirimos por cinco días al precio de 149 dólares. Puede parecer una cantidad considerable, pero si quieres disfrutar de todo lo que ofrece la ciudad puedes ahorrar bastante dinero con ella. Es posible que se pueda obtener un gran rendimiento a una tarjeta de tres días de validez, pero te aseguro que se necesita mucha energía y buena planificación para ello, si lo que quieres es disfrutar del mayor número de atracciones posible.
La go Chicago card se activa la primera vez que se utiliza y, a partir de ese momento, se puede usar durante los días consecutivos de su vigencia. Al comprarla te dan una guía en inglés con toda la información relativa a la tarjeta.


Se puede obtener por internet y en los lugares que se indican en su página web. Si se compra por internet es más barata, pero tienes que pagar unos gastos de envío.
Nosotros, por curioso que pueda parecer, la compramos en el McDonals Cycle Centre, en Randolph St, norte de Millenium Park, un centro dedicado a la bicicleta. Puede resultar tan curioso como comprar el impreso de la declaración de la renta en una ferretería, pero allí esas cosas suceden.

Es recomendable nada más llegar a Chicago visitar el Chicago Cultural Centre, en 77 Randolph St, cerca de la esquina norte de Millenium Park.

El edificio fue construido a finales del siglo XIX para albergar la biblioteca principal de Chicago. Es de estilo neoclásico y si su exterior es bonito su interior es espectacular. Además de ser un centro cultural esencial, es un punto de información indispensable de la ciudad. Allí se pueden obtener multitud de mapas y folletos de todo tipo y de forma gratuita y, si tienes alguna duda, pronto se te acercará alguna simpática funcionaria casi de la tercera edad para decirte: ‘can I help you?’. Si tienes ganas de charlar un momento con ellas y tu inglés te da para eso, te recomiendo que lo hagas: suelen ser gente amable y simpática que sinceramente quieren ayudarte a salir del paso.

Interior del Chicago Cultural Centre.






Millenium Park III: The Crown Fountain


Otro elemento excepcional que contribuye a la singularidad y calidad plástica de Millenium Park es la pareja de paralelepípedos creados por el artista catalán Jaume Plensa. El conjunto de la obra se llama The Crown Fountain. Actualmente, Plensa es uno de los artistas vivos más valorados en todo el mundo y su obra se exhibe en las galerias y espacios públicos de las ciudades más punteras. Adjunto el link donde se puede ver un documental de RTVE muy recomendable acerca del artista y su obra. Confieso que yo lo he visto varias veces y, además del goce estético, su obra y su forma de explicarla me han infundido mucho respeto, amor por la belleza serena que transmite y una extraña suerte de paz. Muchas gracias, Jaume, todo sería mucho mejor si hubiera más gente como tú.


Separados por un estanque de apenas un centímetro de profundidad, que forma una lámina de agua por la que se puede caminar, los bloques que componen la obra escultórica están recubiertos de vidrio de forma que las caras que dan al estanque son pantallas LED que proyectan imágenes de rostros anónimos de gente de Chicago. De cuando en cuando, y sin avisar, la boca de la imagen escupe un chorro de agua de tales dimensiones que parece que podría desnucar a algún descuidado. Consideraciones aparte, la fuente de Plensa es un espectáculo gozoso para todos los públicos, especialmente para los pequeños durante el buen tiempo, supongo. Debido a que el frío en Chicago puede ser polar en invierno, los chorritos de agua solo funcionan a partir de abril.



A pesar de la aparente simpleza geométrica de su diseño, su visualidad e interactividad con la gente dotan de fuerza, colorido y energía al espacio que ocupan y a todo su entorno. Los reflejos de los edificios de Madison Avenue y demás objetos en el estanque que delimitan realzan la luminosidad y modernidad de todo el parque.



Y aquí no acaba el atractivo del parque. El Lurie Garden es un bello mosaico de vegetación procedente de las praderas del medio oeste norteamericano formado por hierbas salvajes, bulbos y árboles dispuestos con delicadeza y armonía.



Millenium Park, en definitiva, es una de las joyas de Chicago. Su modernidad, arquitectura, escultura y diseño en general son motivos de disfrute para todo el mundo, como también lo es su enclave en el corazón de la ciudad, delimitado por el fantástico museo de arquitectura al aire libre que es Michigan Avenue.